miércoles, 4 de mayo de 2011

Historia del Fantasma de Bolonia.

Antonio de Torquemada (1507-1569) fue un autor español, sin ninguna relación con el padre don Tomás, pese al apellido, que se dedicó a obras muy variadas. Una de las más conocidas es su "Jardín de Flores Curiosas", escrito antes de 1568 y publicado postumamente en Salamanca, en el que nos explica numerosos asuntos relacionados tanto con la metafísica como con las ciencias naturales. Cuando sus personajes (pues la obra está escrita en forma de diálogos socráticos) se refieren a apariciones diabólicas y fantasmales, aprovecha la ocasión para narrarnos algunos verdaderos cuentos de fantasmas, seleccionados entre diversos casos de los que recibió verídica y fiel noticia.

Uno de ellos, que me sirve además para enlazar con algunos temas tratados en este Blog últimamente, cuenta por boca del sabio Bernardo lo que le sucedió al estudiante Juan Vázquez de Ayola cuando partió con dos compañeros a estudiar Derecho a la Universidad de Bolonia.


Historia del Fantasma de Bolonia.

De "Jardín de Flores Curiosas", Antonio de Torquemada, 1570.


Bernardo: Yo lo diré como me lo dijeron, y dícenme que en Bolonia y en España hay grandes testimonios de ello. Y fue así, que este Ayola, siendo mancebo, él y otros dos compañeros suyos españoles determinaron irse a estudiar Derechos en aquella Universidad, donde pensaban podrían aprovecharse, como otros muchos han hecho, y llegados a ella, no hallaban posada a donde cómodamente pudiesen estar para lo que tocaba a su estudio, y andándola buscando, toparon con unos tres o cuatro gentiles hombres bolonienses, a los cuales preguntaron si por ventura tenían noticia de alguna buena posada donde pudiesen acogerse, porque eran extranjeros y llegaban entonces de España. El uno de ellos les respondió que si querían una buena casa donde posasen, que él se la hacía dar sin que por ella les llevasen dineros, y entonces les señaló una casa principal y muy grande que en la misma calle estaba cerrada, diciendo que aquella les darían, y que no tuviesen de ello duda. Los españoles quedaron confusos, pareciéndoles que hacían escarnio de ellos, pero otro de los bolonienses les dijo:
"Este gentilhombre está burlando, porque sabed, señores, que aquella casa que dice, ha más de doce años que está cerrada, sin que ninguno se atreva a vivir en ella, y esto es por las visiones y fantasmas espantables que allí se han visto y se ven muchas veces, de manera que su propio dueño la ha dejado por perdida, y no hay persona que se atreva a quedar allí una noche".
El Ayola, oyendo lo que decía, respondió:
"Si no hay más que eso, dénos las llaves, que estos mis compañeros y yo viviremos en ella, venga lo que viniere."
Los bolonienses, viendo su determinación, le dijeron que si querían que les harían dar las llaves, y muchas gracias con ellas. Y hallándolos firmes en su determinación, se fueron con ellos a donde estaba el dueño de la casa, el cual, poniéndoles muchos temores, y viendo que se reían de lo que les decían, les abrió la casa, y aun les ayudó con algunas cosas de las necesarias para poderla habitar, y ellos buscaron lo demás que les faltaba, y así, tomaron sus aposentos, que salían a una sala principal, y una mujer de fuera de la casa les guisaba la comida, que dentro no hallaban quien se atreviese a servirlos. Todos los de Bolonia estaban a la mira de lo que sucedería a los españoles, los cuales se burlaban de ellos porque en más de treinta días ni vieron ni oyeron cosa ninguna, y tenían por muy cierto que era burla todo lo que les decían. Pero al fin de este tiempo, habiéndose acostado una noche los dos y estando durmiendo, el Ayola se quedó estudiando, y se descuidó hasta que ya era media noche, y a esta hora oyó un gran estruendo y ruido, que parecía de muchas cadenas que se meneaban, y alterándose algo, dijo entre sí:
"Sin duda alguna, éstas deben ser las visiones que dicen haber en esta casa."
Y estuvo determinado de ir a despertar a sus compañeros, y queriendo hacerlo, parecióle que parecería falta de ánimo, y que lo mejor sería que él solo fuese a ver lo que era, y escuchando más atentamente, entendió que el ruido de las cadenas venía por la escalera principal de la casa, que salía a unos corredores fronteros de la sala, y encomendándose a Dios muy de corazón, y santiguándose varias veces, tomó una espada y una rodela, y en la otra mano el candelero con la vela encendida, y de esta manera salió y se puso en medio de la sala, porque las cadenas, aunque era grande el estruendo que hacían, parecían venir muy despacio. Y estando así, vio asomar por la puerta de la escalera una visión espantosa y que le hizo repeluznar los cabellos y erizar todo el cuerpo, porque era un cuerpo de hombre grande, que traía sólo los huesos compuestos, sin carne alguna, como se pinta la muerte, y por las piernas y alrededor del cuerpo venía atado con aquellas cadenas que traía arrastrando, y parándose, estuvieron quedos el uno y el otro, mirándose un poco, y cobrando Ayola algún ánimo con ver que aquella visión no se movía, la comenzó a conjurar con las mejores palabras y más santas que el temor le dió lugar, para que le dijese qué era lo que quería o buscaba, y si le había menester alguna cosa, que, como él lo entendiese, no faltaría punto de todo lo que fuese en su mano. La visión puso los brazos en cruz, y mostrando agradecerle lo que le decía, parecía que se le encomendaba. Ayola le tornó a decir que si quería que fuese con ella a alguna parte, que se lo dijese, la visión bajó la cabeza y señalole la escalera por donde había venido. El Ayola le dijo:
"Pues anda, comienza a caminar, que yo te seguiré adonde quieras que quisieres."
Y con esto, la visión comenzó a volverse por donde había venido, yendo de mucho espacio, porque las cadenas no la dejaban andar más aprisa. Ayola la siguió, y llegando al medio de la escalera, o porque viniese algún viento, o que turbado de verse solo en tal compañía la vela topase en alguna cosa, se le mató, y entonces es de creer que su turbación y espanto serían muy mayor, pero esforzándose cuanto pudo, dijo:
"Ya ves que la vela se me ha muerto, yo vuelvo a encenderla: Si tú me esperas aquí, yo volveré luego."
Y con esto se fue para donde el fuego estaba, y encendiola, y dio la vuelta, y halló la visión en el mismo lugar donde la había dejado, y caminando el uno y el otro, pasaron toda la casa y llegaron a un corral, y de ahí a una huerta grande, en la cual la visión entró, y Ayola tras ella, y porque en medio estaba un pozo, temió que la visión volviendo a él le hiciese algún daño, y parose, pero la visión, volviendo a él, le hizo señas que fuese hacia una parte de la huerta, y así, caminando ambos juntos, ya que estaban casi en medio de ella, la visión, súbitamente, desapareció. El Ayola, quedando solo, comenzó a llamarla y conjurarla, haciendo grandes protestaciones que viese si quería de él alguna cosa, que estaba aparejado para cumplirla, y que por él no quedaría, y aunque estuvo un poco esperando, como no la pudo ver más, se volvió y despertó a sus compañeros, que estaban durmiendo, los cuales le vieron tan alterado y mudada la color, que pensaron que se le acababa la vida, y esforzándole con darle de una conserva que comiese y bebiese un poco de vino, le hicieron acostar y le preguntaron qué había. Él les contó todo lo que por él pasara, rogándoles que no dijesen cosa ninguna, porque no serían creídos. Y como éstas son cosas que pueden mal encubrirse, alguno de ellos lo dijo en alguna parte, que fue causa de publicarse por toda la ciudad, de manera que vino a oídos del Gobernador, el cual quiso averiguar la verdad, y debajo de muy solemne juramento mandó a Ayola que declarase todo lo que había visto. Él lo hizo así diciendo la verdad de ello. El Gobernador le preguntó si atinaría a la parte donde la visión le había desaparecido. Ayola le dijo que sí, porque como la huerta estaba llena de hierba, él había arrancado cinco o seis puños de ella y los había dejado allí por señal. El Gobernador y otros muchos que allí estaban lo fueron a ver, y hallando un montoncillo hecho de la hierba, sin quitarse de allí, hizo venir a algunos hombres con azadones y les mandó que comenzasen a cavar para abajo, por ver si allí descubrían algún secreto, y no hubieron ahondado mucho, cuando encontraron allí una sepultura, y en ella la misma visión con todas las señas que Ayola había declarado, lo cual fue causa de que se le diese verdadero crédito de todo lo que había contado, y queriendo entender qué cuerpo era aquel que con aquellas cadenas estaba allí sepultado, y con mayor estatura que ninguna de la común de los otros hombres, no se halló quien supiese dar razón de ello, aunque se contaron algunos cuentos antiguos de los antecesores del dueño de aquella casa. El Gobernador hizo luego llevarlo y sepultarlo en una iglesia y de allí en adelante no se vieron ni oyeron más las visiones y estruendo que solían. El Ayola se volvió en España, y según me han certificado, por ser buen letrado, fue proveído de oficios reales, y no ha mucho que un hijo suyo servía en un corregimiento de una ciudad muy principal.

1 Voces se alzan :

FrankenRol dijo...

Un relato clásico que sigue los cánones del género y que va muy bien con el tono de Feldkirch. Parece mentira que sea tan similar a los que se cuentan hoy en día en todas partes del mundo.

Lo que más me ha gustado ha sido el aplomo de Ayola, primero al pensar "ah, por fin llegan las visiones" cuando escucha los ruidos extraños, y luego al pedir al fantasma que le espere mientras va a encender la vela. Todo sangre fría el muchacho.

Gran texto, un saludo.