miércoles, 17 de octubre de 2012

Sobre los hebreos.

Era este judío rencoroso y vengativo, como todos los de su raza, pero más que ninguno, engañador e hipócrita. (…) Inútilmente los muchachos, para desesperarle, tiraban piedras a su tugurio, en vano los pajecillos, y hasta los hombres de armas del próximo palacio, pretendían aburrirle con los nombres más injuriosos, o las viejas devotas de la feligresía se santiguaban al pasar por el dintel de su puerta como si viesen al mismo Lucifer en persona. Daniel sonreía eternamente, con una sonrisa extraña e indescriptible.
Gustavo Adolfo Bécquer, "La Rosa de Pasión".

El idioma que los judíos usan en sus ritos sagrados es el que, dicen, usó Dios para crear el mismo mundo mediante Su Verbo, así que sabios de todas las naciones buscan aprenderlo y conocer a los maestros de la Cábala que puedan descifrarles sus secretos. Muchos hijos de Israel se dedican a ingeniosos oficios, sea como artesanos, orfebres, joyeros, administradores y contables, y los que se eligen el comercio suelen conocer los astutos medios para alcanzar el éxito. Los patriarcas de los que dicen descender son también los de la religión cristiana y la musulmana. Y, pese a todo esto, o tal vez por su causa, no hay pueblo más odiado, vilipendiado y atacado que el pueblo hebreo.

Considerados acérrimos enemigos de la fe cristiana, ya que habiendo nacido el Mesías entre ellos lo rechazaron, son acusados habitualmente de ejercer la hechicería, de llevar negocios fraudulentos y de causar, a veces, malignos daños a sus vecinos cristianos, sea envenenando sus aguas, perjudicando las cosechas mediante magia, ensuciando la pila bautismal de las iglesias, o de otras mil maneras. Más aún, existen casos, mil veces asegurados como ciertos, de niños muertos en una fatídica noche de Pascua por algún grupo de judíos, remedando la muerte que sus propios ancestros dieron a nuestro Señor, crucificándoles y dándoles martirio en lugares apartados. Baste mencionar al Santo Niño de la Guardia, así muerto en 1491, a quien posteriormente se le extrajo el corazón para que sirviera como sacrificio en un rito brujesco, y cuya historia es habitualmente mencionada con terror (y con veneración por el martirizado inocente). Se asegura que los hebreos no comen la sangre de los animales que sacrifican, pero algunos tienen aparentemente predilección por la de origen humano. No hay niño que se deje sin vigilancia habiendo judíos presentes, pues se teme que puedan robarlo, torturarlo y beber su sangre. En un juicio de 1494 por esta causa en Tyrnau, ciudad del reino de Hungría, en el que fueron torturados incluso mujeres y niños, admitieron algunos de ellos bajo el potro y el hierro que ciertos hombres de su comunidad estaban menstruando, cual mujeres, y que en el beber sangre cristiana descubrieron un terrible remedio a su dolencia (que no era sino, indudablemente, un castigo del Cielo). En Bösing, villa también húngara, son quemados en la hoguera el año de 1529 unos treinta judíos, por similar acusación.

Celebrábase tranquilamente por los cristianos la Navidad de 1468 cuando vino a turbar su quietud la irritante nueva de que los judíos de la Aljama de Sepúlveda, aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano, y llevándole a un muy secreto lugar, cometido en él todo linaje de injurias y violencias. Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados.
Diego de Colmenares, "Historia de Segovia", 1637.

No todo el mundo tiene por ciertas estas historias, o al menos no todas, por habituales que sean, pero, en cualquier caso, siguen despreciando a los judíos por lo que son. Qué realicen prácticas de una religión que niega a Cristo y que además las lleven a cabo con reserva y aún secretismo exaspera a sus vecinos y a algunas autoridades. Aunque la mayoría son pobres, algunos han alcanzado la prosperidad en sus negocios, procurando mostrarse respetables y no ostentar grandes lujos, sin que ello les salve de envidias y murmuraciones, mientras se les acusa de avarientos.

Así pues, han sido expulsados recientemente de las Españas y luego de Portugal. Para evitarlo, muchos se han convertido forzosamente al cristianismo, aunque entre ellos los hay que han procurado mantener, en secreto, los ritos de su anterior fe. Esto es objeto de constantes acusaciones y del estrecho acoso de la Inquisición sobre los conversos buscando lo que llaman "judaizantes" (o directamente "marranos") entre ellos. Quienes demuestran ser inocentes de estos cargos pueden incluso llegar a prosperar en alguna administración, convirtiéndose en secretarios, consejeros, recaudadores de impuestos o jueces… O al menos será así hasta 1547, cuando se imponga en las Españas el estatuto de Limpieza de Sangre, es decir, la demostración legal de que no se desciende de conversos judíos ni musulmanes como criterio ineludible para alcanzar cualquier cargo público…

Si no va a consentir Dios que se le quite a un judío lo que le sobra para dárselo a un cristiano que le falta, poco entiendo yo de teología...
José Luis Cuerda, guión de "La Marrana".


Los que marcharon, conservando así su religión, lo hicieron al precio de no poder sacar su oro ni otras ciertas riquezas del país, vendiéndolas apresuradamente y con pérdidas que les empobrecieron. Algunos de estos sephardim (sefardíes, pues así se llamaban a sí mismos los judíos de la Península) tomaron el camino de Francia, de Flandes o de la Berbería. Muchos más hallaron refugio entre los ashkenazim (asquenazíes, centroeuropeos) del Sacro Imperio o del reino de Polonia, y aún la mayoría llegó al Imperio Otomano, donde era bien asentada una gran población de mizrahim (orientales), siendo los desterrados bien recibidos. Lo cierto es que esta expulsión no es la única que sufren los judíos en esta época, pero sí la más numerosa e importante. En cualquier caso le siguieron expulsiones de la Provenza, de Brandenburgo, del antiguo reino de Nápoles (bajo control español) en 1540 y de Génova en 1550…

En las ciudades europeas habitadas por judíos, estos se ven obligados a vivir en un barrio aparte y a llevar, cuando salgan de él, una señal en sus ropajes que señale su condición. Esas señales pueden ser tan sencillas como un círculo amarillo cosido sobre la ropa, o una boina roja. En cuanto a los barrios o juderías suelen hallarse en una zona vieja, de calles estrechas y serpenteantes, que van siéndolo aún más cuando los hebreos tratan de construir alguna casa o edificio sin exceder los límites de su zona. Suelen estar amurallados, para separar en lo posible las actividades que allí tengan lugar de las de los cristianos, y para poder cerrarlo de noche o en caso de que en algún arrebato de violencia las gentes intenten asaltarlo, para poner fin a la vida de sus habitantes… Las guardias locales tienen, por supuesto, órdenes de proteger esta muralla tanto como la exterior de la ciudad.
Es destacable la judería de Worms, ciudad llamada por los hebreos Vermaysa, en la que hay un verdadero centro de enseñanza y tradición judaicas y donde puede encontrarse al Reichsrabbiner (rabino supremo del Sacro Imperio). También son notables la de Espira (donde la guardia de los muros del barrio es reclutada y mantenida entre sus propios habitantes), la Judengasse de Frankurt (seguramente la mayor del Sacro Imperio), el relativamente próspero y bien organizado Judenstadt de Praga, el Joods Antwerpen de Amberes, el Mont-Juif de Marsella, el Pletzl de París y el Monte Capitolino de Roma. En Venecia el número de judíos (asquenazíes emigrados e italkim, oriundos de las Italias) es tal que las autoridades se han decidido, en 1516, a reunirles a todos en el ghèto, mientras en la isla de Rodas se ha establecido un creciente barrio sefardí. Una excepción a todo esto es la ciudad de Cracovia, donde hay tal cantidad de judíos que no viven en una judería como tal, excediendo los límites del Kazimierz, donde se concentra la mayoría de sus viviendas.

Las costumbres hebreas más notorias (y que son más vigiladas en los conversos) son la circuncisión de los hijos, el descanso el sábado en vez del domingo, y la prohibición común a los musulmanes de comer carne de cerdo. Al contrario que los cristianos, los varones judíos no se descubren al entrar en su sinagoga o templo, sino que mantienen sus gorros o sombreros, y se sientan aparte de las mujeres. Sus rituales, dirigidos por un rabino, experto en la tradición mosaica y líder espiritual de su gente, se realizan celosamente ocultos de la vista de los gentiles, utilizando parafernalia como candelabros, velas y aguamaniles, además de grandes pergaminos con los textos sagrados y un ruidoso cuerno de carnero, siendo en general incomprensibles para el profano.

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