martes, 17 de mayo de 2011

Sobre las Armas de Fuego.

Las armas de fuego aparecieron por primera vez en occidente a principios del XIV, en forma de pesados cañones de hierro, de tosco diseño... Y antes de que terminara ese siglo ya se estaban construyendo los primeros modelos personales. Desde entonces han sufrido una cierta evolución, pero sólo últimamente su presencia en los campos de batalla ha cobrado mayor importancia, merced sobre todo a la inventiva que Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el famoso general, ha demostrado en las Italias.

Estas armas están compuestas de un cañón de metal que se apoya en un afuste de madera en la parte posterior. Se cargan por delante, es decir, por la boca del cañón, introduciéndose la pólvora y el proyectil (generalmente, de forma redonda), y luego se disparan accionando la llave, un mecanismo que realiza la ignición de la pólvora. En modelos primitivos la llave no existía, sino que se encendía directamente la pólvora mediante un hierro al rojo o una mecha trenzada. En modelos más sofisticados encontramos dos posibles tipos de mecanismos: La llave de mecha o la llave de rueda.

• Llave de mecha. Esta llave fue inventada en el siglo XV, y es la más usual. Su mecanismo consta de un serpentín, pieza en forma de "s" que sostiene la pinza que sujeta el extremo encendido de la mecha, y al pulsar la cola disparadora desciende sobre la cazoleta que contiene la pólvora. La mecha ha de estar seca, o el arma no disparará. Además, el abundante humo que se produce al disparar, y que puede convertirse en una verdadera humareda alrededor de los soldados en la batalla, delata la posición de un tirador.


Dos reenactors del grupo The Company of Saynt George.

• Llave de rueda. Esta llave se inventa hacia 1500, aunque ya el propio Leonardo da Vinci había diseñado algún modelo más o menos teórico, y desde luego es mucho menos usual que la de mecha, no sólo por su relativa novedad sino porque su fabricación es mucho más cara. Su mecanismo consta de una rueda, que se debe armar mediante una llave especial, y que gira al presionar el disparador, produciendo el rozamiento de su superficie irregular contra una pieza de sílex o de pirita las chipas que encienden la pólvora. Al ser innecesaria la mecha, no hay que preocuparse por la humedad para usar esta pistola, además de que los tiempos de recarga se acortan considerablemente.

Arcabuz. El arcabuz es una de las armas de fuego más usuales, pues es portada por tropas especializadas de la mayoría de los ejércitos. En esta arma, el afuste de madera se alarga por debajo del cañón, para formar un buen apoyo. Mide en total entre 1 metro y 1, 25 metros, aunque algunos son más cortos. Se trata en general de armas fabricadas del modo más sencillo posible para no encarecerlas por encima de su, ya de por sí, relativamente elevado precio. La llave suele ser, desde luego, de mecha, y se ahorran adornos o extravagancias. Sin embargo se conocen modelos de lujo, que suelen ser armas de caza o de tiro al blanco, profusamente adornados, al alcance sólo de los ricos y poderosos. En ellos suele utilizarse la más moderna y cómoda llave de rueda y, siendo siempre inusuales, no dejan de ser raros hasta después de 1540.


Un arcabuz de mecha.

Un arcabuz de rueda, conservado en la Real Armería de Madrid, que perteneció a Carlos I.

• Arcabuz. Se maneja con ambas manos. Daño: +5.
Recarga: Después de cada disparo, más o menos un minuto. 6 turnos (llave de mecha) o 5 turnos (llave de rueda).
Alcance: 80 metros. Hasta 25 metros, cualquier clase de armadura tiene un modificador de -2 a la protección que da cuando se le dispara con un arcabuz. De 25 metros hasta 80 se pierde este modificador.

Pistola. El mecanismo de rueda ha permitido la aparición de las primeras armas de pólvora de pequeño tamaño que pueden dispararse sin engorro desde un caballo, o en las distancias cortas, pues se cogen con una sola mano, así que a partir de 1520 la pistola empieza a ser vista en los cinturones de algunos oficiales o de tropas a caballo, especialmente en ejércitos españoles, afines a esta innovación. Sin embargo, andados los años, el hecho de que puedan llevarse escondidas fácilmente, por ejemplo bajo la ropa, y usarse para la autodefensa o para el crimen es el otro gran motivo de su aceptación. Pronto, a mediados del siglo XVI, el uso de las pistolas se prohibe para los que no tengan una autorización oficial, pues a esas alturas tanto su fabricación como su posesión se extienden por Europa rápidamente. La pistola mide alrededor de 40 centímetros, y su cañón de metal termina en un afuste de madera trasero, con el mecanismo de rueda cerca de la base del cañón y del principio del afuste.


Una pistola de rueda, que perteneció a Carlos I, fabricada por el armero Peter Pech, de Munich, en torno a 1545 - 1550.

• Pistola. Se maneja con una mano. Daño: +4.
Recarga: 5 turnos (llave de rueda). Alcance: 65 metros. Hasta 20 metros, cualquier clase de armadura tiene un modificador de -2 a la protección que da cuando se le dispara con una pistola.
De 20 metros hasta 65 se pierde este modificador.

Trueno de mano. El trueno de mano es un arma similar al arcabuz, pero más primitiva, utilizada durante el siglo XV. Sin embargo, algunos ejércitos todavía usan estas armas. El trueno de mano consiste en un cañón de metal, con un gancho que se pone a la altura del hombro para manejarlo, permitiendo sujetarlo pese a su retroceso. Mide algo menos de 1 metro de largo y pese a ese tamaño menor que el de muchos arcabuces, es considerablemente más pesado. Lo más primitivo del sistema de disparo es que carece de mecanismo, teniéndose que dar fuego manualmente a la pólvora con una mecha, lo que hace terriblemente difícil disparar, pues se debe estar atento tanto a la pólvora como a apuntar. Para solucionar este problema, este arma se se suele utilizar manejada por dos soldados, uno de ellos el artillero o tirador, y el otro un asistente o doncel que enciende la mecha a las órdenes del otro. Este arma puede hacer un papel digno como defensor de una plaza, dejándolo inmóvil y apostado, pero ningún general equiparía ya a sus tropas con ella.


Un trueno de mano.

• Trueno de mano. Se maneja con ambas manos. Daño: +6.
Recarga: 6 turnos.
Alcance: 65 metros. Hasta 20 metros, cualquier clase de armadura tiene un modificador de -2 a la protección que da cuando se le dispara con un arcabuz. De 20 metros hasta 65 se pierde este modificador.
Reglas especiales: Se utiliza manejado por un tirador, y un asistente que enciende la mecha. Si un tirador dispara el trueno de mano sin ayuda, su tirada de Armas de Fuego tiene un modificador de +2 a la dificultad.

• Doce apóstoles. Los doce apóstoles es el nombre que reciben los doce estuches de cobre o madera que llevan en bandolera los soldados equipados de arcabuz, con una cantidad de pólvora dosificada para cada disparo. Quienes usen arcabuz o pistola llevarán al menos alguno de estos dosificadores, ya relleno antes de la lucha, puesto que poner la pólvora a ojo directamente de la polvorera al arma de fuego puede ser complicado. Si en el transcurso de una batalla se acaba el contenido de estos recipientes y no hay tiempo de volver a llenarlos, o si se carga el arma precipitadamente sin servirse de los apóstoles (o de otro dosificador apropiado), es necesario superar una tirada de Armas de Fuego con Dificultad Buena, o se habrá cargado demasiado y la posibilidad de sufrir una pifia subirá de un resultado de -4 al disparar a uno de -3.

Las pifias al usar un arma de fuego pueden ser, claro está, muy peligrosas. Tal vez el mecanismo se estropee y suelte alguna chispa incontrolable, debiendo ser reparada (y no disparando hasta entonces, claro). Pero tal vez también el arma explote, causando su Daño +2 al portador. En casos espectaculares, podría causar su Daño al portador al explotar y, al salir la bala, alcanzar al enemigo con su Daño +2, como un éxito crítico.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Historia del Fantasma de Bolonia.

Antonio de Torquemada (1507-1569) fue un autor español, sin ninguna relación con el padre don Tomás, pese al apellido, que se dedicó a obras muy variadas. Una de las más conocidas es su "Jardín de Flores Curiosas", escrito antes de 1568 y publicado postumamente en Salamanca, en el que nos explica numerosos asuntos relacionados tanto con la metafísica como con las ciencias naturales. Cuando sus personajes (pues la obra está escrita en forma de diálogos socráticos) se refieren a apariciones diabólicas y fantasmales, aprovecha la ocasión para narrarnos algunos verdaderos cuentos de fantasmas, seleccionados entre diversos casos de los que recibió verídica y fiel noticia.

Uno de ellos, que me sirve además para enlazar con algunos temas tratados en este Blog últimamente, cuenta por boca del sabio Bernardo lo que le sucedió al estudiante Juan Vázquez de Ayola cuando partió con dos compañeros a estudiar Derecho a la Universidad de Bolonia.


Historia del Fantasma de Bolonia.

De "Jardín de Flores Curiosas", Antonio de Torquemada, 1570.


Bernardo: Yo lo diré como me lo dijeron, y dícenme que en Bolonia y en España hay grandes testimonios de ello. Y fue así, que este Ayola, siendo mancebo, él y otros dos compañeros suyos españoles determinaron irse a estudiar Derechos en aquella Universidad, donde pensaban podrían aprovecharse, como otros muchos han hecho, y llegados a ella, no hallaban posada a donde cómodamente pudiesen estar para lo que tocaba a su estudio, y andándola buscando, toparon con unos tres o cuatro gentiles hombres bolonienses, a los cuales preguntaron si por ventura tenían noticia de alguna buena posada donde pudiesen acogerse, porque eran extranjeros y llegaban entonces de España. El uno de ellos les respondió que si querían una buena casa donde posasen, que él se la hacía dar sin que por ella les llevasen dineros, y entonces les señaló una casa principal y muy grande que en la misma calle estaba cerrada, diciendo que aquella les darían, y que no tuviesen de ello duda. Los españoles quedaron confusos, pareciéndoles que hacían escarnio de ellos, pero otro de los bolonienses les dijo:
"Este gentilhombre está burlando, porque sabed, señores, que aquella casa que dice, ha más de doce años que está cerrada, sin que ninguno se atreva a vivir en ella, y esto es por las visiones y fantasmas espantables que allí se han visto y se ven muchas veces, de manera que su propio dueño la ha dejado por perdida, y no hay persona que se atreva a quedar allí una noche".
El Ayola, oyendo lo que decía, respondió:
"Si no hay más que eso, dénos las llaves, que estos mis compañeros y yo viviremos en ella, venga lo que viniere."
Los bolonienses, viendo su determinación, le dijeron que si querían que les harían dar las llaves, y muchas gracias con ellas. Y hallándolos firmes en su determinación, se fueron con ellos a donde estaba el dueño de la casa, el cual, poniéndoles muchos temores, y viendo que se reían de lo que les decían, les abrió la casa, y aun les ayudó con algunas cosas de las necesarias para poderla habitar, y ellos buscaron lo demás que les faltaba, y así, tomaron sus aposentos, que salían a una sala principal, y una mujer de fuera de la casa les guisaba la comida, que dentro no hallaban quien se atreviese a servirlos. Todos los de Bolonia estaban a la mira de lo que sucedería a los españoles, los cuales se burlaban de ellos porque en más de treinta días ni vieron ni oyeron cosa ninguna, y tenían por muy cierto que era burla todo lo que les decían. Pero al fin de este tiempo, habiéndose acostado una noche los dos y estando durmiendo, el Ayola se quedó estudiando, y se descuidó hasta que ya era media noche, y a esta hora oyó un gran estruendo y ruido, que parecía de muchas cadenas que se meneaban, y alterándose algo, dijo entre sí:
"Sin duda alguna, éstas deben ser las visiones que dicen haber en esta casa."
Y estuvo determinado de ir a despertar a sus compañeros, y queriendo hacerlo, parecióle que parecería falta de ánimo, y que lo mejor sería que él solo fuese a ver lo que era, y escuchando más atentamente, entendió que el ruido de las cadenas venía por la escalera principal de la casa, que salía a unos corredores fronteros de la sala, y encomendándose a Dios muy de corazón, y santiguándose varias veces, tomó una espada y una rodela, y en la otra mano el candelero con la vela encendida, y de esta manera salió y se puso en medio de la sala, porque las cadenas, aunque era grande el estruendo que hacían, parecían venir muy despacio. Y estando así, vio asomar por la puerta de la escalera una visión espantosa y que le hizo repeluznar los cabellos y erizar todo el cuerpo, porque era un cuerpo de hombre grande, que traía sólo los huesos compuestos, sin carne alguna, como se pinta la muerte, y por las piernas y alrededor del cuerpo venía atado con aquellas cadenas que traía arrastrando, y parándose, estuvieron quedos el uno y el otro, mirándose un poco, y cobrando Ayola algún ánimo con ver que aquella visión no se movía, la comenzó a conjurar con las mejores palabras y más santas que el temor le dió lugar, para que le dijese qué era lo que quería o buscaba, y si le había menester alguna cosa, que, como él lo entendiese, no faltaría punto de todo lo que fuese en su mano. La visión puso los brazos en cruz, y mostrando agradecerle lo que le decía, parecía que se le encomendaba. Ayola le tornó a decir que si quería que fuese con ella a alguna parte, que se lo dijese, la visión bajó la cabeza y señalole la escalera por donde había venido. El Ayola le dijo:
"Pues anda, comienza a caminar, que yo te seguiré adonde quieras que quisieres."
Y con esto, la visión comenzó a volverse por donde había venido, yendo de mucho espacio, porque las cadenas no la dejaban andar más aprisa. Ayola la siguió, y llegando al medio de la escalera, o porque viniese algún viento, o que turbado de verse solo en tal compañía la vela topase en alguna cosa, se le mató, y entonces es de creer que su turbación y espanto serían muy mayor, pero esforzándose cuanto pudo, dijo:
"Ya ves que la vela se me ha muerto, yo vuelvo a encenderla: Si tú me esperas aquí, yo volveré luego."
Y con esto se fue para donde el fuego estaba, y encendiola, y dio la vuelta, y halló la visión en el mismo lugar donde la había dejado, y caminando el uno y el otro, pasaron toda la casa y llegaron a un corral, y de ahí a una huerta grande, en la cual la visión entró, y Ayola tras ella, y porque en medio estaba un pozo, temió que la visión volviendo a él le hiciese algún daño, y parose, pero la visión, volviendo a él, le hizo señas que fuese hacia una parte de la huerta, y así, caminando ambos juntos, ya que estaban casi en medio de ella, la visión, súbitamente, desapareció. El Ayola, quedando solo, comenzó a llamarla y conjurarla, haciendo grandes protestaciones que viese si quería de él alguna cosa, que estaba aparejado para cumplirla, y que por él no quedaría, y aunque estuvo un poco esperando, como no la pudo ver más, se volvió y despertó a sus compañeros, que estaban durmiendo, los cuales le vieron tan alterado y mudada la color, que pensaron que se le acababa la vida, y esforzándole con darle de una conserva que comiese y bebiese un poco de vino, le hicieron acostar y le preguntaron qué había. Él les contó todo lo que por él pasara, rogándoles que no dijesen cosa ninguna, porque no serían creídos. Y como éstas son cosas que pueden mal encubrirse, alguno de ellos lo dijo en alguna parte, que fue causa de publicarse por toda la ciudad, de manera que vino a oídos del Gobernador, el cual quiso averiguar la verdad, y debajo de muy solemne juramento mandó a Ayola que declarase todo lo que había visto. Él lo hizo así diciendo la verdad de ello. El Gobernador le preguntó si atinaría a la parte donde la visión le había desaparecido. Ayola le dijo que sí, porque como la huerta estaba llena de hierba, él había arrancado cinco o seis puños de ella y los había dejado allí por señal. El Gobernador y otros muchos que allí estaban lo fueron a ver, y hallando un montoncillo hecho de la hierba, sin quitarse de allí, hizo venir a algunos hombres con azadones y les mandó que comenzasen a cavar para abajo, por ver si allí descubrían algún secreto, y no hubieron ahondado mucho, cuando encontraron allí una sepultura, y en ella la misma visión con todas las señas que Ayola había declarado, lo cual fue causa de que se le diese verdadero crédito de todo lo que había contado, y queriendo entender qué cuerpo era aquel que con aquellas cadenas estaba allí sepultado, y con mayor estatura que ninguna de la común de los otros hombres, no se halló quien supiese dar razón de ello, aunque se contaron algunos cuentos antiguos de los antecesores del dueño de aquella casa. El Gobernador hizo luego llevarlo y sepultarlo en una iglesia y de allí en adelante no se vieron ni oyeron más las visiones y estruendo que solían. El Ayola se volvió en España, y según me han certificado, por ser buen letrado, fue proveído de oficios reales, y no ha mucho que un hijo suyo servía en un corregimiento de una ciudad muy principal.