miércoles, 15 de junio de 2011

Toledo (01).


Luego, poco a poco fue cesando el ruido y la animación: Los vidrios de colores de las altas ojivas del palacio dejaron de brillar, atravesó entre los apiñados grupos la última cabalgata, la gente del pueblo, a su vez, comenzó a dispersarse en todas direcciones, perdiéndose entre las sombras del enmarañado laberinto de calles oscuras, estrechas y torcidas, y ya no turbaba el profundo silencio de la noche más que el grito lejano de vela de algún guerrero, el rumor de los pasos de algún curioso que se retiraba el último o el ruido que producían las albadas de algunas puertas al cerrarse, cuando en lo alto de la escalinata que conducía a la plataforma del palacio apareció un caballero, el cual, después de tender la vista por todos los lados, como buscando a alguien que debía esperarlo, descendió lentamente hacia la cuesta del alcázar, por la que se dirigió hacia el Zocodover.
Gustavo Adolfo Bécquer, "El Cristo de la Calavera".

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