miércoles, 20 de octubre de 2010

Renegados.

Todo el Occidente tiembla ante el avance del Imperio Otomano. No sólo está cayendo bajo su espada gran parte de Hungría, atacada desde los que fueran dominios de Constantinopla, sino que en el África su influencia se extiende por gran parte del Magreb, donde entre otras cosas apoyan y socorren a los temidos piratas de Berbería, convirtiendo el Mediterráneo en un lugar peligroso y lleno de azares para el cristiano. Y seguramente, de entre los infieles que llenan ese mar los más peligrosos sean los renegados: Europeos que han abandonado sus países de origen y se han convertido al Islam, habiendo no pocos de ellos entre los citados piratas y entre las filas del ejército del Sultán de Marruecos. Y no sólo eso, pues algunos de los agentes más peligrosos al servicio del Gran Turco parecen ser también renegados.

Algunos simplemente son esclavos cristianos que, habiéndose convertido a la fe de sus amos, recobran su libertad y se ven necesitados de sobrevivir en aquella nueva patria (a este tipo de liberto se le llama "elche", igual que el esclavo musulmán que se convierte al cristianismo es llamado "tornadizo"), mientras que otros, procedentes de las Españas y siendo descendientes de conversos, han añorado la religión de sus abuelos y han dado la espalda a su reino de origen. Sin embargo, a otros más simplemente les tentó la oportunidad de hacer una buena carrera en las armas turcas, dirigiéndose a una de sus plazas para alistarse, a veces incluso tras desertar de algún otro ejército al que pertenecieran.

Los renegados, sin embargo, son tenidos entre los musulmanes por poco menos que bandidos, viéndose obligados a moverse en los ambientes marginales de la sociedad, lo que fuerza su relación con piratas, criminales y comerciantes judíos o venecianos poco escrupulosos. Un renegado capturado por fuerzas cristianas no puede esperar sino ir a parar a manos de la Inquisición. Uno que quiera, de hecho, volver al seno del cristianismo debe antes entregarse a esa siniestra institución, que le juzgará con la dureza característica.

(La ilustración de esta entrada es un fragmento de una viñeta de Alberto Salinas.)

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