Los secretos eran y estaban bien guardados. Según decían, los secretos estaban depositados en Praga, ciudad que era, por excelencia, el emporio de lo mágico y lo secreto. Allá marcharon, por los caminos revueltos de la Europa del quinientos tres, mozos gentiles y andadores y deseosos de lo oculto. Estos mozos se llamaban Johannes Faust, bachiller (...), Theophrastus Bombastus, llamado Paracelso, y Cornelius Agrippa. Los tres querían convertirse en magos y, para ello, estaban dispuestos a someterse a las más duras pruebas y seguir las más rigurosas disciplinas. Cuando llegaron a Praga en una melancólica tarde de Octubre, lo primero que hicieron fue visitar la catedral de Sant Veit, en donde se hallaba la tumba de San Juan Nepomuceno (...). Después, ajustándose sus gorras coloradas y alegremente rematadas con cintillas y plumas de faisán, contemplaron, desde el puente ornamentado con las estatuas de los santos, el curso remansado y ancho del Vlatava.
En Praga, los tres estudiantes aprendieron mucho del abate Tritheim, que fue discípulo de Alberto el grande. Tritheim, autor de la "Poligraphia Cabbalistica" y hombre de palabra aflautada, les dijo una vez:
-Al vulgo habladle siempre de cosas vulgares. Guardad para vuestros amigos el secreto de un orden más alto. Dad alfalfa a los bueyes y azúcar a los loros. Si no comprendéis lo que os quiero decir, seréis, como tan a menudo acontece, pisoteados por los bueyes.
Joan Perucho, "El Secreto de los Magos", introducción a su edición del "Diccionario Infernal" de Collin de Plancy.
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