La región de la Toscana se halla orientada hacia el amable Mar Tirreno, sus tierras son fértiles y hermosas, y su clima, aunque no desconoce las nieves invernales (Sobre todo en las provincias situadas hacia los Apeninos), es agradable. Sus habitantes son amigos del placer, y es su bello idioma el que se habla en toda Italia y el que la poesía de todas las cortes trata de imitar. El Infierno lo lleva allí, sin duda, el peligroso juego de equilibrio y ruptura entre poderes en el que se halla sumida toda la Península de Italia, y que se hace aquí muy visible.
Aunque la Toscana tiene al Norte territorios de Génova y Módena, y al Sur y al Este los intrigantes Estados Pontificios, por lo que a sus Estados no les falta competencia con la que medirse, su mayor fuente de conflictos la tiene dentro. No en vano el Renacimiento parece haber nacido aquí, y haberse quedado aquí durante siglos antes de extenderse por el mundo. Los gobernantes de sus ciudades-repúblicas, las más importantes de las cuales son Florencia y Siena, han nacido dentro de esas reglas que permiten el uso de cualquier arma en el campo político, ya sea la intriga o la guerra, el puñal o el amor, la poesía o el dinero. Ciudades enteras con su gobierno y todos sus habitantes pueden ser conquistadas por las armas o simplemente compradas por un precio, pero en ambos casos el poder necesario no es poco, como no son pocos los que aspiran a tenerlo.
La impresionante ciudad de Florencia, capital de su República, es una de las mayores y más habitadas urbes de Europa, en la que destacan las basílicas de Santa Cruz y de Santa María del Fiore, y los palacios como el Palazzo Pitti y el Palazzo Vecchio, lugar de reunión del gobierno. Este último palacio da a la Piazza della Signoria, decorada con estatuas mitológicas y simbólicas de Donatello y con el magnífico David de Miguel Ángel. En esta gran plaza se celebran tanto los más solemnes actos nobiliares como las más populosas fiestas: Entre estos segundos destaca el juego de la Giostra del Saracino, que imita una batalla entre moros y cristianos, y a medio camino entre ambos se encuentra el brillante desfile del día de San Juan, con entrega de regalos a las autoridades de la ciudad incluída. En esta misma plaza fue quemado por hereje el agitador Savonarola, y, en el punto exacto en que eso sucedió, a veces manos anónimas depositan flores. No muy lejos y cruzando el río Arno se halla el Ponte Vecchio, gran puente de piedra ocupado por comercios, antes carnicerías, ahora cada vez más puestos de peleteros y joyeros. (Por cierto, ni el Palacio Ufizzi ni el Corredor Vasari existen todavía.)
La República está gobernada en teoría por un Gran Consejo formado por un amplísimo grupo de ciudadanos que representan a la sociedad, del que se extrae un Consejo de los Ochenta, y de este otro el Consejo de los Diez, formado por nueve representantes burgueses, llamados la Signoria, presididos además por el Gonfaloniere di Giustizia, encargado de la administración de la justicia que nombra a su vez al Podestà y a los priori municipales. De ellos depende el gobierno efectivo de la República y la elección de dirigentes para el ejército. En la práctica, es la ciudad de la familia Medici, los poderosos príncipes-banqueros.
Esta familia de intrigantes fue desterrada en 1494, pero volvieron gracias a las acciones militares de los españoles en 1512, llegando a abolir el Gran Consejo y devolviendo gran parte de los más altos cargos a manos de la familia o de subordinados suyos atados por los más variados lazos. Aunque tras el saco de Roma en 1527 una revuelta popular ha devuelto las aguas republicanas a su cauce, esta situación finalizará con el Asedio de Florencia por parte del ejército español en 1530 (En el que por cierto morirá el condotiero Francesco Ferrucci), ya que los Medici siguen contando con el apoyo imperial. Es así hasta el punto de que el Emperador Carlos respaldará a Alessandro de Medici "Il Moro" cuando este disuelva la República en 1533 y convierta Florencia en un Ducado, con él a la cabeza. El Papa, Clemente VII, también Medici, no tendrá inconveniente en apoyar la jugada. El peligro una vez más vendrá de dentro, pues cuatro años después Alessandro Il Moro será asesinado y, vaya, en su honorabilísimo primo Cosimo recaerá el título de Duque…
La República de Siena, por su parte, se hallaba prácticamente bajo el dominio de Fabio Petrucci, miembro de una familia de tradicionales dirigentes de ese Estado, pero tras su exilio en 1523, la ciudad ha caído en una confrontación abierta entre los poblani, partido del pueblo llano, y los noveschi, partido defensor de la Iglesia, que de hecho ha llegado al campo de batalla al intervenir el ejército de los Estados Pontificios. Al cabo de unos pocos años, los españoles ya habían aprovechado la situación para instalar una guarnición militar permanente en la ciudad: La incomodidad de los sienenses al respecto, que no es poca, es agitada por partidarios de Francia y agentes de ese reino. Otras ciudades toscanas son Lucca, república que, aunque de menos importancia que las otras dos, mantiene su independencia de ellas, y Pisa, ciudad bajo el dominio de Florencia. Es imposible no mencionar su magnífica catedral gótica, cuyo campanario, lujosamente adornado con el mejor mármol de San Giuliano, se inclina hoy penosamente hacia el Sur como antaño lo hizo hacia el Norte.
Aunque la Toscana tiene al Norte territorios de Génova y Módena, y al Sur y al Este los intrigantes Estados Pontificios, por lo que a sus Estados no les falta competencia con la que medirse, su mayor fuente de conflictos la tiene dentro. No en vano el Renacimiento parece haber nacido aquí, y haberse quedado aquí durante siglos antes de extenderse por el mundo. Los gobernantes de sus ciudades-repúblicas, las más importantes de las cuales son Florencia y Siena, han nacido dentro de esas reglas que permiten el uso de cualquier arma en el campo político, ya sea la intriga o la guerra, el puñal o el amor, la poesía o el dinero. Ciudades enteras con su gobierno y todos sus habitantes pueden ser conquistadas por las armas o simplemente compradas por un precio, pero en ambos casos el poder necesario no es poco, como no son pocos los que aspiran a tenerlo.
La impresionante ciudad de Florencia, capital de su República, es una de las mayores y más habitadas urbes de Europa, en la que destacan las basílicas de Santa Cruz y de Santa María del Fiore, y los palacios como el Palazzo Pitti y el Palazzo Vecchio, lugar de reunión del gobierno. Este último palacio da a la Piazza della Signoria, decorada con estatuas mitológicas y simbólicas de Donatello y con el magnífico David de Miguel Ángel. En esta gran plaza se celebran tanto los más solemnes actos nobiliares como las más populosas fiestas: Entre estos segundos destaca el juego de la Giostra del Saracino, que imita una batalla entre moros y cristianos, y a medio camino entre ambos se encuentra el brillante desfile del día de San Juan, con entrega de regalos a las autoridades de la ciudad incluída. En esta misma plaza fue quemado por hereje el agitador Savonarola, y, en el punto exacto en que eso sucedió, a veces manos anónimas depositan flores. No muy lejos y cruzando el río Arno se halla el Ponte Vecchio, gran puente de piedra ocupado por comercios, antes carnicerías, ahora cada vez más puestos de peleteros y joyeros. (Por cierto, ni el Palacio Ufizzi ni el Corredor Vasari existen todavía.)
La República está gobernada en teoría por un Gran Consejo formado por un amplísimo grupo de ciudadanos que representan a la sociedad, del que se extrae un Consejo de los Ochenta, y de este otro el Consejo de los Diez, formado por nueve representantes burgueses, llamados la Signoria, presididos además por el Gonfaloniere di Giustizia, encargado de la administración de la justicia que nombra a su vez al Podestà y a los priori municipales. De ellos depende el gobierno efectivo de la República y la elección de dirigentes para el ejército. En la práctica, es la ciudad de la familia Medici, los poderosos príncipes-banqueros.
Esta familia de intrigantes fue desterrada en 1494, pero volvieron gracias a las acciones militares de los españoles en 1512, llegando a abolir el Gran Consejo y devolviendo gran parte de los más altos cargos a manos de la familia o de subordinados suyos atados por los más variados lazos. Aunque tras el saco de Roma en 1527 una revuelta popular ha devuelto las aguas republicanas a su cauce, esta situación finalizará con el Asedio de Florencia por parte del ejército español en 1530 (En el que por cierto morirá el condotiero Francesco Ferrucci), ya que los Medici siguen contando con el apoyo imperial. Es así hasta el punto de que el Emperador Carlos respaldará a Alessandro de Medici "Il Moro" cuando este disuelva la República en 1533 y convierta Florencia en un Ducado, con él a la cabeza. El Papa, Clemente VII, también Medici, no tendrá inconveniente en apoyar la jugada. El peligro una vez más vendrá de dentro, pues cuatro años después Alessandro Il Moro será asesinado y, vaya, en su honorabilísimo primo Cosimo recaerá el título de Duque…
La República de Siena, por su parte, se hallaba prácticamente bajo el dominio de Fabio Petrucci, miembro de una familia de tradicionales dirigentes de ese Estado, pero tras su exilio en 1523, la ciudad ha caído en una confrontación abierta entre los poblani, partido del pueblo llano, y los noveschi, partido defensor de la Iglesia, que de hecho ha llegado al campo de batalla al intervenir el ejército de los Estados Pontificios. Al cabo de unos pocos años, los españoles ya habían aprovechado la situación para instalar una guarnición militar permanente en la ciudad: La incomodidad de los sienenses al respecto, que no es poca, es agitada por partidarios de Francia y agentes de ese reino. Otras ciudades toscanas son Lucca, república que, aunque de menos importancia que las otras dos, mantiene su independencia de ellas, y Pisa, ciudad bajo el dominio de Florencia. Es imposible no mencionar su magnífica catedral gótica, cuyo campanario, lujosamente adornado con el mejor mármol de San Giuliano, se inclina hoy penosamente hacia el Sur como antaño lo hizo hacia el Norte.
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